Javier Melloni: "El cristianismo, si es verdadero, tiene que estar
al límite de la transgresión"
Javier
Melloni (Barcelona, 1962) es un hombre singular. Dice haber nacido tres veces:
de su “reverenda madre”, el día que se hizo jesuita y cuando una estancia en la
India transformó su vida como se le da la vuelta a un calcetín. Más bien, dice,
dejó de necesitar el calcetín. Ahora pasea su “desnudez” y su libertad por libros,
ejercicios espirituales o Youtube. Desde ellas, este antropólogo, teólogo y
fenomenólogo de la religión procura despertarnos de la modorra espiritual en la
que hemos caído y ayudarnos a encontrar el camino hacia el Ser. Precisamente
Sed de Ser (Herder) se titula su más reciente obra.
Suele afirmar que la Antropología lo sacó del
eurocentrismo y del cristianocentrismo. ¿Tenemos aún esa asignatura pendiente
en la sociedad y en la Iglesia?
Todos
tenemos la asignatura de salir de nuestro propio centro todavía muy narcisista
y defensivo. Y colectivamente también. Nos cuesta mucho vivir con las puertas
abiertas. Y que pasen todos los aires, todos los pájaros, todos los
visitantes... Nosotros hemos tenido demasiado poder. Y eso ha dañado a los
otros. Todas las culturas y las religiones se han de encontrar en un lugar
nuevo.
Nueve meses en la India le cambiaron para siempre.
¿Necesitamos despertar?
A mí lo que de la India me fascinó es que la figura del sanyasi sea un
modelo ejemplar. El sanyasi es el renunciante, el que va casi desnudo por la calle. Y eso, en lugar de
ser un espanto, es un ideal. El ideal de la libertad suprema del despojo, del
desprendimiento. Que lo tenemos en casa también: san Francisco de Asís. Pero es
más marginal. A ver, yo distingo algo muy importante, para no confundir: la
diferencia entre miseria y pobreza. La miseria sí que hay que erradicarla, es
inhumana, y sobre todo cuando es fruto de la injusticia es una barbaridad. Pero
la pobreza es el punto de partida de una experiencia humana auténtica. La
espiritualidad india no tiene miedo a la pobreza.
¿Qué más nos estamos perdiendo de las tradiciones
espirituales orientales?
Creo que en Occidente hemos tendido a fijar nuestra mirada en la diferencia. En la
distinción, en el análisis. Oriente mira la unidad, lo esencial, lo perenne.
Nosotros nos fijamos más en lo caduco y entonces tenemos miedo. En cambio ellos
tienen la mirada fija en lo perenne y no tienen miedo a lo caduco.
Algunos de quienes han recorrido antes
ese camino para conectar Oriente y Occidente, como Anthony de Mello, se han
topado con la censura eclesial. ¿Le asusta ser acusado de heterodoxo, hereje o
algo peor?
Sí,
la posibilidad de censura está ahí rondando, pero bueno, ¿y qué vamos a hacer?
¿Dejar de ser, de creer en lo que uno cree? Yo creo que el cristianismo, si es
verdadero, tiene que estar al límite de la transgresión porque su mismo
fundador fue un transgresor. Pero eso se paga, sí. ¿En qué grado me tocará?
No
lo sé. Atrás ya no puedo volver. Trato de comprender y de respetar pero ese
respeto pasa también por la coherencia con uno mismo.
En esto se suele blandir el principio de
comunión...
Yo creo en el principio de comunión, en el que deseo moverme. Si en un
momento determinado puede haber, no excomunión, sino una desautorización, decir
‘esta persona no responde al pensamiento oficial de la Iglesia’... Bueno, eso
ya lo sé. Que no es el pensamiento oficial. Para eso estamos promoviéndolo pero
no para contradecirlo sino para dialogarlo, para abrirlo. ¿Que eso despierta
otros miedos, fantasmas y agresividad...? Bueno, hay que correr ese riesgo. Lo
asumo. Sé que en cualquier momento puede llegar. Incluso a veces me sorprende
que no haya llegado ya. Y pido al Señor que me dé amabilidad y fortaleza. Pero
sería una pena. Porque el problema de estas cosas es que entonces uno pasa a
ser el protagonista en lugar de ser el tema la cuestión.
¿Tiene puestas esperanzas en que el papa Francisco
dé pasos firmes en el avance del diálogo interreligioso? ¿Hasta dónde le gustaría
llegar a usted en ese camino?
El papa parece que no tiene miedo, que ha dialogado con mucha valentía
sobre todo con rabinos, también con algunas comunidades musulmanas de
Argentina. Y tuvo un médico taoísta. Eso se sabe poco pero yo creo que es interesante
porque ha experimentado en su propio cuerpo que hay otras cosmovisiones
relacionadas con otras religiones que a él le han sanado. Cuando uno se abre a
otra manera de concebir lo humano y por tanto también lo divino, y ve que eso
también es fuente de vida, pues ¿qué va a hacer si no? Acogerlo, celebrarlo. Y
eso no significa que uno tenga que cambiar lo que uno cree. Pero sí que está
más poroso para dejarse fecundar.
¿Puede nacer algo nuevo de esa
fecundación?
¿Que puede haber una súper religión que ahora no podemos imaginar hecha
de lo mejor de todas las religiones? ¿Por qué no? A unos les parece una sopa
pastosa y confusa, a otros nos parece una posibilidad que si tiene cualidad
espiritual de discernimiento, ¿por qué no? ¿Quién va a poner límite al Espíritu
si no tenemos la más remota idea de nada? Si hoy día los científicos nos dicen
que el 96% de la materia es desconocida, ¿cómo a Dios vamos a pretender
encerrarlo en nuestras ideas y nuestras palabras?
Hablando de Dios, usted afirma que el Dios bíblico
es demasiado antropomórfico. ¿Tenemos que encontrar en este tiempo nuevos
nombres para lo Absoluto?
Ya los hemos encontrado. Las palabras, los nombres nos pueden ayudar
mientras no los absoluticemos. Mientras no confundamos el dedo con la luna. Cuantos más
dedos señalando a la luna, más coordenadas tenemos para saber dónde está la luna. Pero no
confundamos jamás ni siquiera la punta del dedo con la luna.
Usted lo llama Ser, Mar, Fondo, Origen,
Gran Todo... ¿Hemos cargado la religión de demasiado discurso teológico?
Como nosotros tenemos una cultura muy mental pensamos que las palabras o los
conceptos pueden ir sueltos sin la experiencia espiritual o la experiencia de
lo cotidiano. Ahí es donde Oriente también nos enseña. No cae en la trampa de la palabra. Cuando
uno pregunta sobre si Dios existe, lo primero que le dicen es “empieza a
respirar”. Y cuando respires bien, luego podemos empezar a hablar. Esa
experiencia primordial con la vida, porque Dios no está separado de la vida. La vida es una manifestación
de Dios. Cuanto más cerca estamos de la vida más cerca estamos de Dios. Y
separar eso nos ha hecho mucho daño.
¿Socialmente hemos dejado de buscar ese
Fondo que Subyace, como lo llama usted? ¿O en realidad estamos más en búsqueda
que nunca aunque estemos más perdidos que nunca?
Las dos cosas. Estamos más perdidos porque hemos abiertos más caminos.
Cuando sólo había un camino, ¿cómo te ibas a perder? Hay un tiempo para abrir y
perderse, y un tiempo para reencontrarse... Pero ese reencuentro ya no es en un
único camino como antes. Hemos de reencontrarnos a través de todos los caminos.
Estamos yendo hacia ese elemento que los conjuga a todos.
Con lo cual quizás sería demasiado
catastrofista decir que somos enfermos espirituales, ¿no?
Esa es una mirada muy pobre y muy pesimista. No, no. ¿Cómo vamos a ser
enfermos? Estamos en crecimiento, en proceso. Somos embriones espirituales.
¡Todavía somos amebas! Y cuando digo ameba me refiero a una distinción muy
primaria entre lo de afuera y lo de adentro. Lo de adentro es lo conocido y lo
protejo. Y lo de afuera me sirve para huirlo o para devorarlo. En cambio creo
que la profunda experiencia espiritual es ir diluyendo esa membrana separadora
y comulgar con la profundidad del Todo desde la individuación irreductible que
cada uno de nosotros es. Ése es el Misterio. Y donde Oriente y Occidente se
necesitan y se complementan maravillosamente el uno al otro.
Hablaba usted del Misterio y le leía que
las religiones han secuestrado ese Misterio. ¿Podemos liberarlo aún?
Nosotros pensamos que lo hemos secuestrado pero el Misterio sigue ahí campando
a sus anchas (risas). Es como si quisiéramos atrapar el aire en una jaula. O
sea, ¿qué hemos atrapado? Nada. Nuestra idea del Misterio. Pero el Misterio,
gracias a Dios, sigue más libre que nunca. Es inmanipulable, irreductible,
inasible. Por eso es Misterio. El Misterio no es lo indescifrable. Es lo
inagotable. Entonces, cuanto más Misterio, más obertura todavía al Misterio.
Pero no como el mito de Sísifo que cuando sube arriba vuelve a caer. Al
contrario. El Misterio, al mismo tiempo que nos plenifica, él mismo tiene la
capacidad de abrir a mayor profundidad.
En sus ejercicios espirituales usted
anima a silenciar el ego y contener los deseos. Mensajes a contracorriente.
¿Qué beneficios se obtienen de lograr eso que usted propone?
Si no escuchamos cómo colmamos nuestro deseo lo que estamos es repitiendo
permanentemente una compulsión de
carencia-saciedad-carencia-saciedad-carencia-saciedad... Y entonces nuestros
deseos se multiplican indefinidamente y jamás nos satisfarán si no ponemos en
cuestión qué deseamos y desde dónde deseamos. Si descubrimos que ese desde
dónde deseamos es, no desde nuestra carencia, sino desde nuestra obertura
radical al ser, y esa obertura del ser cambia radicalmente el qué y el cómo
colmamos nuestros deseos... Por tanto es escucharse. En lugar de agitarse.
Incluso ver en lugar de creer. Creemos demasiadas cosas. Creemos que creemos. Y
mientras creemos no estamos viendo. La verdadera experiencia espiritual trata
de pasar de creer a ver.
Muchas veces oponemos lo espiritual a lo
material. ¿Cómo dejar de estar atrapados por las cosas y pasar a dejar que nos
enseñen a ser?
Intentando dar gracias por cada cosa. Si nos detuviéramos cada vez, cada instante
que tomamos entre nuestras manos una cosa, o vemos una cosa, le agradecemos a
esa cosa ser cosa, automáticamente vas a pasar de una pura utilización a una
revelación. Y la revelación está en la misma cosa, en el modo de recibirla.
Porque toda cosa es portadora de sí misma y portadora de algo que en mí calma o
colma. En ese calmar-colmar de la cosa convertida en agradecimiento entonces la
cosa deviene en mensajera de algo mucho más profundo. Estamos llamados a estar
permanentemente estremecidos de agradecimiento por todo lo que nos rodea. En
lugar de estar agobiados por consumir más, por tener más... Cualquier cosa que
tomáramos, la miráramos y agradeciéramos, eso tiene una capacidad de colmar y
de calmar infinitamente mayor que si simplemente la devoramos, la depredamos.
¿Diría usted que ha saciado su sed de
Ser? ¿Se siente ya ser en el Ser?
Preferiría
la palabra colmado. La saciedad tiene un punto egocéntrico todavía. Un punto
donde todavía hay sed. Yo diría que sí: he colmado, colmo cada instante mi ser
cada vez que me abro al Ser.
Fuente:
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